
La Soberanía Monetaria la entendemos como la capacidad de los ciudadanos para emitir directamente la moneda necesaria para la economía y la gestión de los Comunes, y de llevar directamente los registros de las transacciones, sin intermediarios.
Por supuesto no basta, el sistema monetario debe estar bien diseñado para la economía y bien gestionado.
La visión, la utopía, el contexto monetario
El escenario de contexto para estos apuntes es el escenario tras algo así como una Gran Transición hacia una economía sostenible y socialmente más justa. Esta aproximación es válida si pensamos que la vía a una sociedad pos-capitalista no será solo, ni fundamentalmente, una conquista del poder político y un cambio desde ese poder o de la “movilización”, sino a través de la Consolidación de Islas de Economía Social, gestando de esta forma un contra-poder de economía social, unos planes B que se puedan imponer al gran capital en los pulsos políticos, unos planes B fuera de la telaraña del dinero deuda, sin que la única alternativa sea la regresión a los métodos más primitivos de trueque como sucede ahora en Grecia, y que este contra-poder, vivido por millones como una realidad posible, crecerá hasta que esta se convierta en dominante.
Además, desgraciadamente, los sistemas monetarios no admiten una solución sencilla de alguna moneda milagrosa (sea “independiente de los bancos centrales”, sea “con demurrage”, sea “de crédito mutuo”, sea lo que sea). El sistema monetario está estrechamente vinculado al gobierno de una comunidad, a la gestión de su economía y sobre todo a la gestión de los Comunes (del Procomún).
Por tanto, usar un escenario completo de la visión especulativa, utópica, de una sociedad pos-capitalista nos permite visualizar aspectos que están elípticos o poco evidentes en cada una de las islas de economía solidaria emergentes, que tienen modelos de negocio diferentes y un encaje diferente en la sociedad futura (algunos son embriones de servicios sociales, otros de empresas cooperativas, etc.), y visualizar sobre todo sobre todo los aspectos de su posible relación con el gobierno comunitario y el posible proceso de transición (Rob Hopkins, The Transition Handbook: From Oil Dependency to Local Resilience).
El objetivo sería dotar a cada una de esas islas de la herramienta de un sistema monetario completo, escalable al sistema final. Con eso se facilitaría la aglutinación en sistemas superiores de propuestas que ahora parecen divergentes y su crecimiento.
Quizás el aspecto con más impacto de esa visión socio-económica para el sistema monetario del futuro, más allá de la preeminencia del Procomún y el trabajo cooperativo, es que la tendencia a la globalización de la economía se ha convertido en una tendencia a la localización, al “compra local”. El factor clave es la sostenibilidad y la carestía del transporte debido a la carestía de la energía, incluso aunque en su mayoría sea renovable.
Por tanto, la economía tendrá el principio de subsidiariedad como una de sus bases más determinantes. En términos políticos, la subsidiariedad es el principio ampliamente aceptado de que es mejor decidir y ejecutar todo lo más cercano a las personas que se verán afectadas. En términos económicos, esto significa que se han revertido las economías de escala para hacer la economía local mucho más eficiente en la mayoría de las áreas en cuanto al tamaño apropiado para las industrias, una óptima flexibilidad ante los cambios (“resilience”) y para su permeabilidad a la innovación (un nivel menor de inversión necesaria). El principio de reutilizar y reciclar refuerza esta tendencia.